Mariano Ozores, en el rodaje de una de sus 96 películas como director. (RTVE) |
((Publicado originalmente en Infoshakers el 13 de febrero de 2016))
El pasado 2 de octubre, la Academia de las Ciencias y las Artes Cinematográficas de España anunció la concesión del Goya de honor a Mariano Ozores. La noticia no me pilló de sorpresa. Alguna información tenía. Ver confirmado el premio me produjo una gran alegría. Con algo de extrañeza comprobé como, en mi entorno, gente bien informada y culta confundía al premiado con su hermano, el actor Antonio, fallecido en 2010. Algunos de los que sí ubicaban al galardonado no parecían muy conformes. Diego Galán, en El País[1], retorcía el diccionario para no llegar a elogiar al director.
Bastante más allá fue Manuel Hidalgo, en El Mundo[2], que se despachó en estos términos:
¡El público! Ya he tenido que leer un par de sandeces aplaudiendo el Goya de Honor a Mariano Ozores. ¡Ése sí que tuvo millones y millones de espectadores! Lo que pasa es que los pedantes y los progres le negamos el pan y la sal por franquista. Falso.
Se le ha negado el pan y la sal por ser un cineasta vulgar, chabacano y ordinario, por hacer chistes tabernarios y machunas zafiedades . ¿Que hizo reír? Hombre, mejor no hablemos de todo lo que puede llegar a hacernos reír.
Ozores ha trabajado mucho, ciertamente -hasta hacer seis o siete películas al año-, pero el Goya de Honor no es la Medalla al Mérito del Trabajo. Es otra cosa. Es el reconocimiento a una trayectoria cinematográfica -y, por tanto, artística- susceptible de ser propuesta como un ejemplo que nos estimule y nos eleve por encima de la mediocridad y la ramplonería.
Mariano Ozores Puchol (Madrid, 1926) dirigió 96 largometrajes en apenas 34 años. El dato habla por sí solo. Algunas temporadas podía llegar a estrenar cinco o seis títulos. La Gran Vía madrileña era suya. Tal grado de producción pudo competir, en la época, con el de Pedro Lazaga (Tarragona, 1918-Madrid 1979), que rodó 93 en 31 años. Pero hay una diferencia importante: mientras Lazaga era un artesano (generalmente a las órdenes del productor Pedro Masó), Ozores es un autor. Sí. Raro es el largometraje que dirige sin haber participado en la escritura del guión, en la mayor parte de los casos en solitario. Le faltó producir, hecho que probablemente le habría hecho más rico. Pero el fracaso de su único escarceo dramático, La hora incógnita (1963), se saldó con el cierre de Hispamex, la compañía que había fundado junto a sus hermanos. Desde entonces, Mariano escribe y dirige por encargo, sí, pero es el responsable creativo de la práctica totalidad de cada filme. Desdeñar su filmografía –en la que hay de todo, también auténticos bodrios que él mismo no dudaría en calificar así- me parece un error. Se encuentran valiosas radiografías de la España de su tiempo en el tipo de comedia popular que -junto a otros muchos directores, productores y guionistas- impulsa Mariano Ozores, especialmente durante las décadas de 1960 y 1970.
Ozores, durante la rueda de prensa ofrecida en la Academia el 19 de enero (El Confidencial) |
“Suponiendo que, por mi trabajo en Franco ese hombre, yo conocía mucho material de archivo de nuestra guerra civil –cosa que era cierta- me contrataron para que dirigiese el documental. (…) nunca me ha interesado la política, por lo que advertí a la productora que yo no intervendría en el guión, ni firmaría el proyecto como director, sino como mero realizador. (…) Fue un documental claramente partidista, aunque el propósito no era ese…”
Tras otro documental, en este caso taurino, Historias de la fiesta (1965), Ozores rueda una de sus mejores películas. Se trata de Hoy como ayer (1966), a la postre último trabajo de su hermano José Luis, para el que diseñaron un personaje que podía aparecer sentado todo el metraje sin que la audiencia lo notase demasiado. Tarda en arrancar, pero termina siendo una divertida comedia. Su premisa argumental permite todo un documento sociológico, algo que será muy recurrente en este director. José Luis es un investigador que quiere comparar las costumbres españolas de la década de 1920 con la de 1960. De una de las diapositivas que analiza emerge Antonio (¡19 años antes que La rosa púrpura de El Cairo! –The purple rose of Cairo, Woody Allen, 1985-) y juntos se ponen a contrastar algunos de estos cambios. Eso permitía un auténtico desfile de estrellas, que al parecer intervinieron de manera desinteresada. Contiene la única colaboración de Ozores con Paco Rabal, absolutamente soberbio (aunque entonces todavía luciese aquel horrible peluquín) como un hombre dedicado a las tareas del hogar. (“Puede que mis películas fueran machistas, pero porque lo eran sus personajes, y siempre criticándolo”, dijo Ozores en su encuentro con los medios en la sede de la Academia el pasado 19 de enero).
Francisco Rabal en Hoy como ayer (Mariano Ozores, 1966) (Plus.es) |
A partir de aquí, empieza la que quizá sea la mejor etapa de su carrera. El tándem Gracita Morales/José Luis López Vázquez encontró en él el director idóneo para reventar las taquillas. Ya habían hecho Chica para todo en 1963. Pero es a partir de Operación Secretaria (1966) cuando empiezan a rodar juntos sin parar. Llegan Operación Cabaretera (1967) –impagable López Vázquez haciendo esquí acuático-, Operación Mata-Hari (1968) y Objetivo Bi-Ki-Ni (1968). También encabezan el reparto de uno de sus grandes logros, Cómo está el servicio (1968). Sobre la base de una obra de teatro de Alfonso Paso, Ozores pone a Gracita a deambular como empleada de hogar en distintas casas. Mary Begoña y Marisol Ayuso están espléndidas como dos ex prostitutas que han cambiado de estatus al casarse con sendos oficiales el ejército estadounidense destinados en Torrejón. E Irene Gutiérrez Caba –en su único trabajo con un director que siempre solía “tirar” de los mismos intérpretes- protagoniza uno de los momentos más divertidos de la comedia española de la época encarnando a una señora desquiciada que cree seguir conviviendo con el marido que la abandonó hace años. A similar nivel funciona Cuarenta grados a la sombra (1967), en la que Gracita y López Vázquez comparten reparto pero no secuencias. A través de tres historias intercaladas, se presentaban los distintos tipos de veraneo que solían llevar a cabo los españolitos recién llegados al consumo. Alfredo Landa se cae a una piscina desde el techo un coche en marcha en un momento hilarante. Tiene por cuñada a una Laly Soldevila extraordinaria. López Vázquez hace aquí uno de sus papeles más divertidos de esta etapa, con un manejo del histrionismo que sólo él parecía tener al alcance. Y Gracita y Antonio Ozores provocaron un ruidoso ataque de risa al que esto firma, en su más tierna infancia, en el instante en que son devorados por el mecanismo elevador de unas camas plegables.
Gracita Morales y José Luis López Vázquez en Operación Cabaretera (Mariano Ozores, 1967) (mundodvd) |
Ozores parece ser el hombre adecuado para manejar en un plató el difícil carácter de Gracita Morales, en aquel entonces la gran estrella de la comedia. López Vázquez le contó a su biógrafo y representante Luis Lorente[4] que, si no se llega a interponer a tiempo, un cenicero arrojado por la diva se habría estampado en la cara de otra actriz, víctima de sus celos. En distintos momentos de la década llegan Crónica de nueve meses (1967) –memorable gag el de los caracoles que Landa tiene que encontrar para María José Alfonso-, Cuatro noches de boda (1969), El taxi de los conflictos (1969, rodada a cuatro manos con Sáenz de Heredia), Susana (1969), Matrimonios Separados (1969) y Después de los nueve meses (1969).
En la década de 1970, Mariano Ozores es casi un seguro de vida para hacer un éxito económico. Raro es su filme que no congrega ante la taquilla a, al menos, un millón de espectadores. (Sólo 5 películas españolas llegaron a esa marca en 2014). Los productores le encargan vehículos para Manolo Escobar –En un lugar de La Manga (1970), Dónde hay patrón…(1978)-, Peret –A mí las mujeres ni fú ni fá (1971), Si Fulano fuese Mengano (1971)- Andrés Dobarro –En la red de mi canción (1971)- o Paco Martínez Soria –El Calzonazos (1974)-. Particularmente fructífera resulta su unión contractual al servicio de Lina Morgan (la nueva reina de la comedia tras el prematuro ocaso de Gracita), que se traduce en La Graduada (1971), Dos chicas de revista (1972), La Descarriada (1973), Una monja y un Don Juan (1973), La llamaban La Madrina (1973) y Señora Doctor (1973).
El “landismo” no nace con Ozores, pero éste le sabe sacar extraordinario rendimiento en taquilla con los filmes Manolo la nuit (1973), Jenaro el de los 14 (1974), El Reprimido (1974), Dormir y ligar todo es empezar (1974), Celedonio y yo somos así (1974) –con un tren nocturno sin nada que envidiar a El expreso de Chicago (Silver Streak, Arthur Hiller, 1976)-, Tío, ¿de verdad vienen de París? (1975), Mayordomo para todo (1976) y Alcalde por elección (1976). Además, Lina y Landa protagonizan juntos Fin de semana al desnudo (1974) y una de las mejores películas del director, Los pecados de una chica casi decente (1975). Tras tan horroroso título se esconde una apreciable comedia, adaptación de la obra teatral Balada de los tres inocentes de Pedro Mario Herrero. De manera involuntaria, la censura añadió algo de encanto al original, cambiando los iniciales guardias civiles en España por carabinieri en Italia. Secundados por Antonio Ferrandis, los dos protagonistas –una joven algo fogosa y su hermano sacerdote- se las veían y se las deseaban para deshacerse del cadáver del agente de la ley (Pedro Valentín) que aparentemente había muerto en los brazos del personaje de Morgan.
Pedro Valentín y Lina Morgan en Los pecados de una chica casi decente (Mariano Ozores, 1975) (atresplayer) |
También en esos años ven la luz Venta por pisos (1972) –nueva vuelta de tuerca a la entrada de la clase media española en el consumo, ahora también inmobiliario, con Concha Velasco, una de sus presencias más habituales, entre otros astros del momento-, Nosotros los decentes (1976) y El Apolítico (1977) -retratos del postfranquismo protagonizados por López Vázquez y Carmen Sevilla-, Cuentos de las sábanas blancas (1977) -su más descarado escarceo con el cine abiertamente erótico- Ellas los prefieren… locas (1977) -con otro habitual de su cine, José Sacristán- y la coproducción con México Unos granujas decentes (1978), que supone uno de sus escasos fracasos comerciales rotundos.
Cartel de Cuentos de las sábanas blancas (Mariano Ozores, 1977) (filmaffinity) |
En 1979 se produce el siguiente giro importante en su carrera. Entre él, y los productores José María Reyzábal (Ízaro Films) y José Luis Bermúdez de Castro (Corona Films) “paren” la idea de juntar a Andrés Pajares y Fernando Esteso, ambos exitosos cómicos de salas de fiestas y asiduos de la entonces todavía monopolística TVE. Con la democracia dando sus primeros pasos, y el juego recién legalizado, protagonizan Los Bingueros, quizá el título más famoso de la comedia popular de la Transición. Un filme desde luego no muy cuidado, pero todavía aún hoy divertido. Nace un nuevo filón. Con sus nombres estratégicamente colocados para que ninguno pareciera ir antes que el otro (uno abajo a la derecha y otro arriba a la izquierda, como Paul Newman y Steve McQueen en El coloso en llamas –The towering inferno, John Guillermin e Irwin Allen, 1974), enlazan, sin parar: Los Energéticos (1979), Yo hice a Roque III –junto a la inicial, quizá la más recordada-, Los Chulos (1981), Los Liantes (1981), Todos al suelo (1982), la familiar Padre no hay más que dos (1982), Agítese antes de usarla (1983) y La Lola nos lleva al huerto (1983). Además, rueda solo con Esteso El erótico enmascarado (1980), Queremos un hijo tuyo (1981), El Soplagaitas (1981), El hijo del cura (1982), El cura ya tiene hijo (1984), Al Este del Oeste (1984), ¡Qué tía la CIA! (1985), El Recomendado (1985) y Cuatro mujeres y un lío (1985) y con Pajares El liguero mágico (1980), ¡Qué gozada de divorcio! (1981), Brujas Mágicas (1981), Cristóbal Colón… de oficio, descubridor (1982) y El Currante (1983). Sus películas marcaron a toda una generación, no tanto por su éxito en las salas, patrimonio entonces “de los mayores”, como por su vida comercial posterior en videoclub, primero, y en incontables pases en televisión, después. En 2006, Manga Films satisfizo las peticiones de muchos aficionados –no había más que leer foros en Internet como el de mundodvd- y lanzó las películas de la pareja en formato digital. Los dos actores y el director participaron activamente en la promoción, que fue acompañada de una noticia bomba. Los tres volverían a reunirse en un largometraje, El código Aparinci –parodia de la novela de Dan Brown El código Da Vinci, recién llevada al cine por Ron Howard-. El proyecto quedó en agua de borrajas sin que se dieran demasiadas explicaciones.
Andrés Pajares, Fernando Esteso y Antonio Ozores en Yo hice a Roque III (Mariano Ozores, 1980) (Fotogramas) |
En aquellos años ochenta hay también hueco para Es peligroso casarse a los 60 (1980) –su segunda y última película con Martínez Soria, llena de chistes rayanos en el racismo pero con Antonio Ozores incorporando a un jeque árabe de manera inolvidable-, El primer divorcio (1982) –coescrita y protagonizada por Manuel Summers- ¡Qué vienen los socialistas! (1982) –su última colaboración con Sacristán, incluye una explicación de la descomposición de UCD mejor que la de varios libros de Historia, y finaliza con un curioso homenaje a Bienvenido Mr. Marshall (Luis García Berlanga, 1952)-, La loca historia de los tres mosqueteros (1983) –comedia que como Cristóbal Colón… jugaba la discutible baza del anacronismo de situar chistes de actualidad en un contexto histórico remoto, con Martes y 13 cuando aún eran un trío- , El pan debajo del brazo (1984) –producida por un Andrés Vicente Gómez empeñado en que Ozores llevara al cine Sé infiel y no mires con quién, tarea que finalmente recayó en Fernando Trueba- y El rollo de septiembre (1985) –fallido intento de comedia juvenil gamberra a la americana-. Gabino Diego siempre afirma recordar con cariño a Mariano Ozores por ser el primero que le llamó después de las dudas que despertó su debut en Las bicicletas son para el verano (Jaime Chávarri, 1983).
Miguel Ángel Valero, Curro Summers y Gabino Diego en El rollo de septiembre (Mariano Ozores, 1985) (Filmotech) |
A mediados de los ochenta se produce un importante cambio en la filmografía de Ozores. Sintiéndose expulsado de las salas de cine por la “Ley Miró” –lamento que ha sido ratificado por algún otro especialista[5], como Augusto Martínez Torres- el director acepta varios encargos, de distintos productores, encaminados a dotar de estrenos a la floreciente industria de los videoclubes. Al principio, estos filmes no destinados a las salas de cine tienen un cierto empaque, más o menos en la línea de los trabajos anteriores del cineasta. Así, López Vázquez y Jesús Puente protagonizan Los Presuntos (1986) y Capullito de alhelí (1986). Esta última, sobre la historia de dos homosexuales que temen por su futuro en común durante el golpe del 23-F, se basa en una obra de teatro de Juan José Alonso Millán y contiene una mirada a las parejas del mismo sexo que no casa demasiado con el sambenito reaccionario que tradicionalmente –y a veces, con cierta razón en puntuales pasajes de sus películas- ha soportado este director. Con el tiempo, estos encargos para el uso doméstico los acaba protagonizando su hermano Antonio, elemento indispensable de su filmografía que, sin embargo, interpretaba casi siempre papeles secundarios. En su momento más alto de fama gracias al programa de televisión Un, dos, tres, Antonio Ozores encabeza el reparto de ¡No hija, no! (1987), Esto es un atraco (1987), Esto sí se hace (1987), Hacienda somos casi todos (1988), Ya no va más (1988), Los Obsexos (1989) y Veneno que tú me dieras (1989). Estas dos últimas, rodadas a la vez en la costa murciana sobre guiones en solitario de Enrique Bariego, tienen un acabado formal extraordinariamente peregrino, incluso para los estándares de la casa. Juanito Navarro, Fedra Lorente, Ricardo Merino, Simón Cabido o Arévalo son complementos habituales de los repartos. Es en este periodo en el que Mariano Ozores rueda la que sin duda es la más atípica de sus películas: Veredicto Implacable (1987). Una cinta de kárate protagonizada por el campeón mundial español José Manuel Egea. Era difícil que el director rechazara el encargo de ningún productor. En concreto, este tan inclasificable vino de la mano de Carlos Cascales.
La etapa del videoclub parece acabar con la chispa en Mariano Ozores. Solo así se explica el decepcionante saldo de su regreso a las salas de cine. Y es que, a finales de los 80, los productores vuelven a confiar en él. Ponen a su disposición presupuestos algo más holgados, que le permiten volver a contar con actores de primer nivel. Pero el realizador madrileño parece haber perdido ese olfato para acertar con los gustos del público. La chica de Tahití (1989) supone la primera cinta de esta nueva etapa. Ozores y localizaciones exóticas no solían ir de la mano. Planteada como vehículo para el lucimiento de Vaitiare, novia de relativamente larga duración de Julio Iglesias, esta comedia apenas interesó al público. Algo similar sucedió con Pareja enloquecida busca madre de alquiler (1989). Según el director, el guión se titulaba escuetamente Madre de alquiler, y los productores lo cambiaron porque pensaban que tras el éxito de Mujeres al borde de un ataque de nervios (Pedro Almodóvar, 1988) había que apostar por títulos largos. Era una comedia protagonizada por López Vázquez, con refrescantes presencias de las siguientes generaciones de actores cómicos, como Guillermo Montesinos, Virginia Mataix o Enrique San Francisco. Mucha mejor suerte tuvo Disparate Nacional (1990), que con su más de medio millón de espectadores –cifra muy respetable en aquella época- puede en rigor considerarse el último éxito de taquilla del director. No cabe decir que fuera demasiado merecido; viéndola hoy día se percibe una notable desgana. La trama situaba a dos paparazzi mezclándose con distintos personajes de la prensa del corazón, a los que daban vida dobles más o menos conseguidos. La película resulta torpe y enormemente anacrónica en fondo y forma. La España de 1990 ya no era así. Ozores redondea el recambio generacional haciendo que Antonio forme tándem con Óscar Ladoire y que ambos trabajen para Antonio Resines. Montesinos volvía a tener papel y López Vázquez conseguía hacer reír retornando al histrionismo salvaje de 30 años atrás, interpretando a un afeminado facineroso que vela por los intereses de dos personajes de las altas finanzas llamados “los Alfredos”. Los dobles de famosos también pululan por Jet Marbella Set (1991) en la que Antonio Ozores comparte reparto con Montesinos, pero cuya carrera comercial es casi clandestina. El último intento de asaltar las taquillas viene de la mano del productor Enrique Cerezo y la cadena privada Telecinco. Pelotazo Nacional (1993) denunciaba, ya entonces, la corrupción y el tráfico de influencias. Mariano pudo recuperar a Juanjo Menéndez o José Sazatornil “Saza” para acompañar a Antonio y a Ladoire, que repetían desde Disparate sin que sus personajes ni la trama tuvieran nada que ver. Apenas fueron a verla 86.000 espectadores. Fue su última película.
Lo que el cine le quitaba en esos años 90 se lo daba la televisión. La comedia de situación Taller Mecánico (1991) funciona bastante bien. En vez de encargarle más episodios, TVE le pide otra serie nueva. Surge así la polémica El Sexólogo (1994), que tiene que ser retirada de la parrilla nada más estrenarse ante las acusaciones de machismo. Antena 3 TV la acabaría emitiendo íntegra algunos años después. Quizá la susodicha polémica acabara con los ánimos de Mariano Ozores, que ha pasado los siguientes 21 años sin estrenar material nuevo, con la única excepción de los guiones de algunas de las historias breves que integraban la serie ¿Se Puede?, protagonizada por Lina Morgan en 2004.
No puede finalizar un repaso a la trayectoria de Mariano Ozores sin mencionar su alto número de “autoremakes”. John Ford, Howard Hawks o Alfred Hitchcock también hicieron nuevas versiones de sus propias películas. Pero lo de Ozores fue casi una costumbre. Fin de semana al desnudo actualizaba Operación Secretaria, al igual que hacía Unos granujas decentes con La llamaban La Madrina, El plan debajo del brazo respecto a Crónica de nueve meses y Ya no va más frente a Los Bingueros. En algunos casos, el hueco temporal entre el original y la versión no llegaba a cumplir la década. Eran, desde luego, otros tiempos.
Hace ya 22 años, Luis García Berlanga hizo un reconocimiento público a Ozores. Fue en el momento de recoger su Goya al mejor director por Todos a la cárcel (1993):
“A mí me gustaría dedicar este premio a una serie de amigos y compañeros… José Luis Sáenz de Heredia, Edgar Neville, Pedro Lazaga, Mariano Ozores que… durante los años 50 (…) rompieron de una vez con aquel cine sombrío, histórico, que representaba el cine del franquismo, y fueron ellos los primeros en idear un género autóctono español (…) que es la comedia popular, que ha sido muy maltratada por los críticos y que sin embargo creo que ahí está nuestro mejor género…”
El genio valenciano no pudo estar más acertado. Su alegato era de gran importancia, por venir de alguien de su prestigio. Nos puso en nuestro sitio. A todos los que alguna vez hemos despreciado el género poniéndonos exquisitos. Yo me acuso. He dicho eso de “parece una de Ozores” cuando he querido hacer notar que una película era mala. Sirvan estas líneas como demostración del propósito de enmienda. Aunque no le haga falta. “Las masas siguen conmigo”, dijo en el encuentro de la Academia. Tiene roda la razón. Sus títulos, emitidos en centenares de ocasiones por las distintas cadenas televisivas, son garantía de buen dato de audiencia. A sus indispensables memorias, Respetable Público (2002), se une ahora Disparate Nacional: El cine de Mariano Ozores, un esforzado repaso a su extensa filmografía, obra de Javier Ikaz (Generación EGB).
Mariano Ozores agradece el Premio Goya de Honor 2016 (RTVE) |
La decisión de Resines –y su equipo- merece el más ruidoso aplauso. El pasado sábado la industria cinematográfica española, representada por los asistentes a la ceremonia de entrega de los Premios Goya, aplaudió en pie a un Mariano Ozores que, con 89 años, vio por fin reconocida su aportación al cine patrio.
Nunca es tarde.
[1] Galán, Diego: El director de cine Mariano Ozores, Goya de Honor (El País, 2 de octubre de 2015)
[2] Hidalgo, Manuel: Loreak y Ozores (El Mundo, 9 de octubre de 2015)
[3] Ozores, Mariano: Respetable Público (Planeta, Barcelona, 2002) pgs. 126-127
[4] Lorente, Luis: ¿Para qué te cuento?: Biografía autorizada de José Luis López Vázquez (Foca, Madrid, 2010) pg 149.
[5] “Un curso en la UIMP señala que Miró se ‘cargó el cine de género’” (El País, 16 de octubre de 2001)
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