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Thank you, sir

((Publicado originalmente en Infoshakers el 5 de junio de 2016))


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Somos, en muy grande medida, la música que escuchamos de pequeños. Partiendo de ahí, (sir) Paul McCartney adquiere una dimensión casi más propia de un ser mitológico que de un septuagenario de Liverpool que, dicen, gusta de moverse en metro mientras niega su propia identidad a quién cree reconocerle. Así las cosas, la posibilidad de tenerle en carne mortal interpretando canciones de los Beatles se antojaba un acontecimiento de esos de "una vez en la vida". Los números no nos disuaden de esa percepción. Lo dicho: tiene 74 años. Además, hacía doce que no se dejaba caer por España. A ese ritmo no parece muy plausible pensar en una nueva oportunidad en el futuro. Insistimos:un "beatle" cantando canciones de The Beatles. Cuando los temas del cuarteto de Liverpool son objeto de todo tipo de recitales-homenaje perpetrados por admiradores/imitadores de toda índole. Una ocasión única, por si no había quedado claro.

Y al Caderón que nos fuimos. A hard day's night, así, para empezar. Duda disipada: habría mucho Beatles. Quién esperase una acústica nítida y una voz en plena forma se había equivocado de concierto. Tampoco era eso lo que veníamos buscando. (Aunque tampoco contábamos con ese miembro de su banda que es igualito que Jane Fonda). En Maybe I'm amazed llegó a mascarse la tragedia. Parecía que Paul se rompía. Falsa alarma, por fortuna. Escuchar Can't buy me love o We can work it out empezaba a preparar la piel para ponerse de gallina. McCartney estaba de buen humor. Unos importantes chuletones en el suelo le permitían interactuar con el público en un aceptable español. "¿Qué pasa, troncos?", saludó, en expresión oportunamente viejuna. Tener el argot actualizado, en persona de su edad, sí habría resultado chirriante. La complicidad establecida entre el artista y su (vasto) auditorio permitió las dedicatorias personalizadas a los fallecidos Linda McCartney, John Lennon y George Harrison. La de este último fue uno de los primeros momentos de llanto contenido de la noche. Escucharle apropiarse de Something, ukelele en ristre, fue algo que mientras el cerebro nos respete no olvidaremos jamás.

Eleanor Rigby, Blackbird, Let it be, Obladi Oblada e incluso Back in the USSR, con anécdota sobre el viaje de los Beatles a Moscú incluida, fueron poniendo a la gente en situación. Hubo, incluso, agradables sorpresas fuera del repertorio más trillado, como Being for the benefit of Mr. Kite. Pero, curiosamente, el concierto protagonizó otro pico con un tema de Wings, la banda que McCartney formó junto a Linda al poco de separarse el cuarteto. Fue, claro, el memorable Live & let die compuesto para la BSO del filme homónimo de James Bond, primero de los siete que tuvo a Roger Moore en el papel del agente secreto. Ya glosamos aquí sus excelencias hace unos meses. La "caña" que esta canción tiene en su música fue aprovechada para un pequeño espectáculo pirotécnico. Una apoteosis.

Desde su genial Chaos & creation in the backyard (2005), Paul McCartney ha firmado muy buenos discos: Memory almost full (2007), Kisses on the bottom (2012) y New (2013). De este último se desgranaron algunos temas sobre el Vicente Calderón. Los que conocemos los álbumes lo supimos apreciar, aunque flotaba la sensación de que la gente estaba allí por otra cosa.

Yesterday se reservó para los bises. Pero tampoco para despedir. Eso fue privilegio de Carry that weight/Golden Slumbers/The End, uno de los grandes temas de madurez de los Beatles y uno de los favoritos de quién esto firma. Un fantástico colofón. McCartney ondeó una bandera de España como agradecimiento al país que le recibía, ignorante de las múltiples lecturas que tan anodino gesto puede tener en nuestro atormentado país. Protagonizó un pequeño show con una pareja subida al escenario desde el público. Y se despidió diciendo "see you next time". Aplaudimos, claro. Aunque por dentro pensáramos que era una despedida.

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